martes, julio 09, 2013

"Que sea de banana por favor"

“Que sea de banana por favor”- (Gómez Delivery, final, final)


Me sigue asombrando la dureza y aguante de las mujeres de mi barrio. Una vecina, morocha enorme, le gritaba a otra:-“¡A vos y a tu marido los voy a cagar a palos a los dos juntos! ¡Traémelo nomás! ¡Estaré embarazada pero no inválida!”

Intuyo que mi compañera va adquiriendo algo de esa resistencia.
Posiblemente esa actitud se corresponda con la fuerza de las circunstancias, las que a veces pueden más que años de terapias o tratamientos psicológicos. En muchas oportunidades, el tener que enfrentarnos con nuestros más terribles miedos de forma cruel, despiadada, alevosa, nos obliga a que los podamos superar. Felisa, por ejemplo, viviendo apenas unos meses en casa, logró dominar su pánico a las arañas.


Van dos meses entre el sopor del trabajo en la obra y un verano rosarino indolente.
Cuando uno más está desesperado por una buena ducha de agua fría, coincide con el horario de menos presión de agua. Por tanto el agua no tiene fuerza como para subir hasta  la ducha. Débilmente llega hasta la canilla baja, esa que supuestamente está colocada para cargar baldes o fuentones. Uno tiene que desparramarse por el piso como un gusano para mojarse la cabeza, o contentarse con refrescar los huevos.
A Felisa, con su enorme panza de 7 meses de embarazo, le cuesta más realizar tantas contorsiones en cuclillas. Usa una jarra, o espera horarios en que el agua tenga mayor presión, 1 o 2 de la madrugada.
Pero cuando el calor en la obra  ya causó estragos en mi ánimo, lo que más deseo son los licuados con hielo que Felisa prepara a las 5 de la tarde. ¡Cómo espero esos licuados!
Ella en cambio, espera otra cosa de mí. Es que está leyendo cuanta literatura haya sobre consejos pre y posnatales. Su conclusión entre tanta lectura es que hacer el amor para una embarazada es muy conveniente, ya que se relaja y libera endorfinas que el bebé recibe de alguna manera (¿). También me amenaza con que luego del parto, durante 4 meses, la mujer no tiene deseo sexual.
Me parece sospechosa tanta teoría apuntando hacia lo mismo. Tal vez me convenga hacer algún filtro de sus lecturas. No obstante me pongo en acción.
Siendo mi compañera muy menuda, en forma casi repentina adquirió la forma predicha por el médico: “las petisas enseguida quedan pura panza”. De modo que acostumbrado a su anterior fisonomía, el acto sexual ahora es casi un desafío a “jugar a hacerlo” con una pelota playera atada a su cintura.
A favor está el hecho de que siendo desde siempre sus pechos bien formados, ahora están descomunales.
Mi actuación me deja siempre con muchas dudas. Pero ella parece quedar conforme. Me confirma que la “gimnasia” le está haciendo muy bien en diversos aspectos, tal como lo prescriben sus lecturas. En una oportunidad puso como ejemplo que luego de estar “atorada” dos días, había logrado “ir de cuerpo”.
En definitiva, seguimos en armonía con la ciencia prenatal y, fundamentalmente, sigo recibiendo mi licuado de las 5 de la tarde.


Milton, Tahiel, Nehuén, Ciro, o Yaco, desde hace 7 meses está entrenando fuerte, pienso, para alguna Olimpíada de Kid Boxing. No para de “hacer bolsa”, pero en su caso, metido en ella. Todas las noches me acerco a él para contarle las novedades de la construcción de la obra, pero creo que no me escucha. Persiste, concentrado, en su disciplina.

"Parecía que iba a sobrar"

“Parecía que iba a sobrar"


Brian me acompaña con su charla mientras hago el asado. Alguien que pasa en moto lo saluda de lejos. Él contesta con un gesto, y me dice entre dientes: “Esa  moto la robó la semana pasada. La usa para hacer arrebatos, asaltar.”
Le pregunto si todos los choros del barrio lo saludan, o son amigos. “-No-, me dice – amigos no. Conocidos de toda la vida. De chiquitos. Pero están todos reduros, con unas caras de pasados. Y nos saludamos igual. Qué se yo”.
Para Brian y su familia es ventajosa la situación de ser tantos y haber vivido toda la vida en el barrio. Difícilmente los toquen o hagan daño.
Una vez le ofrecieron a Brian una bicicleta playera.-“Está muy buena. La tengo “marcada”. Es roja y azul”- Le habría dicho un “conocido”.
Por “marcada”, se entiende que aún no la robó, pero sabe dónde y cómo hacerlo. La descripción de la bicicleta le resultó familiar a Brian:-“¿De dónde es esa bici?”´- preguntó.
-“De por acá, a dos cuadras. Todas las mañanas está atada a un árbol”. Le contestó el “conocido”.
-¡Boludo! ¡Esa es la bici de mi hermana! ¡Ni se te ocurra tocarla!
El sujeto quedó muy contrariado y afligido: -“¡Uy! ¡Perdón!, ¡No sabía que era de tu hermana! Perdón, perdón. No dije nada.

Todos parecen trabajar sin pausa, pero siento que no pierden detalle de los cambios de color y aroma de la carne.  
Acontece un fenómeno tan repentino como espectacular y mágico.
Pese a que el día está calmo, surge un brusco cruce de vientos  frente a mis narices que la emprende contra la sombrilla de tela que yo había atado a la parrilla. Este minúsculo huracán o monzón recorre algunos metros y apenas dura unos segundos. Son suficientes  para elevar la enorme sombrilla, hacerla danzar como una bailarina, a los saltitos y girando sin perder su posición vertical, invertir su forma acampanada hacia arriba, y, finalmente, la muerte del cisne, lanzarse contra un tejido de alambre donde se desintegra por completo.
Todos quedamos atónitos.
Mientras tratamos de entender el fenómeno o meteorito, Chuck Norris recuerda que cuando él era joven, un baño aún con el cemento fresco que él estaba terminando de hacer en un descampado rural, en segundos, implosionó completamente por un breve remolino de viento. En aquella oportunidad apenas le dieron la vianda, un sándwich, y lo echaron culpándolo del derrumbe.
Yo sigo haciendo el asado, ahora al rayo del sol.
Hay una ley que se cumple inexorablemente y esta no es la excepción. No importa dónde el asador se ubique, el humo del fuego siempre va hacia su rostro.
Para la comilona montamos unos tablones cubiertos con papel madera. Felisa, mi compañera, va llevando ensaladas, bebidas, hielo, mayonesa, pan. Yo, triunfal, emplazo en forma repartida chinchulines con ajo y chimichurri, chorizos, morcillas, y varios kilos de corte Mar del Plata común, todo en su mejor punto, bien cocido, tierno y jugoso.
Durante la comilona me entero que dos líneas de colectivos ya no llegan al barrio de noche. Hace unos días un chofer fue acuchillado en la “punta de línea” próxima a mi casa.
Les cuento que un día, regresando en bondi al barrio, venía sentado a mi lado un flamante exconvicto. El pobre diablo estaba tan excitado por su reciente liberación, que de a ratos caminaba por el pasillo del colectivo y se volvía a sentar. Como prueba de su estadía en presidio, me mostró el acta de liberación firmada y sellada hacía media hora y los antebrazos totalmente cruzados por cicatrices sucesivas.
Uno de los hijos de Chuck Norris me explica que los presos se laceran a propósito para que los lleven al Juzgado. La intención verdadera es que los trasladen, ya sea porque los guardias o los otros presos se la están haciendo pasar mal, o para ir a otra cárcel donde tienen amigos o parientes. Es raro esto de que haya que auto flagelarse para  que la Justicia se ocupe de uno.
Charles Bronson (Chuck) apenas puede sostener los cubiertos. Tiene las manos llagadas por el uso de cal en otra obra.
Hacemos intercambio de recetas humectantes para manos.
Mis consejos: apelar al Dermaglós cicatrizante, Mentisán,  jugo de la planta de aloé o, luego de humectarse con alguna crema, ponerse guantes de látex durante varias horas.
Los remedios de Chuck, un tanto más rústicos: pasarle a las zonas erógenas afectadas  grasa animal bien caliente, o frotarles una cebolla recién cortada.
Terminado el asado, nos despedimos todos satisfechos, alegres, sintiéndonos más amigos que antes.

¿Otro asado más?

¿Otro asado más?




La obra avanza.
Transcurridos dos meses estoy plenamente acostumbrado al horario de los albañiles. Levantarse  y desayunar temprano para empezar a trabajar a las 6.
Puedo ver quienes circulan por mi calle a esas horas.
Regresan a sus hogares en mi barrio delincuentes ladrones de casas y personal de vigilancia privada.
Y  salen a ganarse el pan albañiles, jardineros, cortadores de césped, cartoneros y sobre todo, empleadas domésticas para atender hijos y casas ajenas.
Casi todos, además de vivir en mi barrio, coinciden en ir o volver de los mismos sitios: los barrios residenciales y countries cercanos.
Brian llega a la obra siempre tarde y con cara de sueño. Luego se queda deambulando al pedo, desganado, tironeado por los hermanos. Por verlo haciendo algo le enseño algunas cosas de herrería: soldar, cortar y doblar caños…
Brian, con 18 años, es el menor de los hermanos, el benjamín mimado de la familia. Tiene su historia. Maravilla del fútbol desde los 5 años, goleador de la liga infantil rosarina en varios campeonatos, con contrato, todo pago, reclamado por varios clubes, incluso el Atlético Valladolid, ni bien tuvo novia a los 16 años dejó todo, no entrenó más, y se complicó con un hijo.
Durante su infancia fue aquella promesa de futbolista con el futuro soñado. Ese que uno imagina distante de los problemas económicos que angustian al resto de los mortales. Es lógico que  su familia se hiciera eco de tamaña ilusión. Y sin que se lo expresen  abiertamente, le deben hacer sentir la decepción de todos.
Como admite Javier, luego de que lo “agarró esa”, tuvieron el hijo, y Brian dejó los entrenamientos, les costó a todos casi un año volver a dirigirle la palabra. Y se cargan de pena silenciosa cuando lo ven de peón de ellos mismos, acarreando baldes de arena y cemento.
Con mi guía, Brian hace sus primeros objetos de hierro. Está tan contento que recupera cierta autoestima perdida. Ahora sueña con su propio taller de herrería.
Víctor, el papá, (o Charles Bronson, o Chuck Norris) también está feliz. No hay oportunidad que no me hable de su interés en que los hijos no sean peones albañiles como lo fue él durante tantos años.
Yo doy cabida a mi propio sueño. Concretar un parrillero propio.
A éste lo hago de patas de hierro, una plancha de hierro y cemento, y ladrillos por encima unidos con barro. Todo bajo las estrictas indicaciones de Javier. También me explica que para que el barro se afirme y endurezca, es necesario hacer fuego. En definitiva, hacer un asado.
Aunque me parece tendenciosa esta última indicación, anuncio un asado para el sábado.
Luego de 7 años de construcción de mi obra, este va a ser mi primer asado hecho de parado, erguido, cómodo. Basta de tener que reclinarme entre matorrales. Para mí es suficiente razón para festejar.
Ya es sábado, y hay siete hombres trabajando. También esperando el aroma de la carne a las brasas.
Nunca vienen tantos albañiles como cuando hay asado en cartel. Si hubiera hecho muchos asados, la obra habría avanzado en forma impresionante.
A veces, creo, hacer una obra, una construcción en Argentina, es todo un gran montaje con la única finalidad de activar la parrilla.
Pregunto por Brian. El que la otra vez había hecho comparaciones sobre el embarazo de la hermana, se refirió a su hermano menor en los siguientes términos:- “No te preocupés. Ese es como los perros. En cuanto vea el humo y sienta el olor a asado, aparece solo”.
Aprovechando tantos brazos disponibles, nos decidimos a colocar la cámara aséptica. Ésta consiste en dos recámaras superpuestas de cemento de unos 100 ks. cada una. La altura total llega a 1,20 m. y deben ser enterradas totalmente bajo tierra.
Más insoportable que el tremendo peso y la incomodidad resultan los vahos pestilentes por las cercanías con el desagüe del inodoro y el pozo ciego.
Logrado el objetivo entre todos, “Charles Bronson”, animado, se despacha con una cátedra sobre la “Importancia del Declive Exacto, para que la materia fecal y los bollos de papel higiénico no traben la tubería”. Mientras hace su conferencia de “mierda”, yo empiezo el fuego para preparar las brasas.
Exactamente en el mismo momento, por la esquina, se aproxima Brian caminando.

"Sexo, alcohol y cumbia"


“Sexo, alcohol y cumbia” – (Gómez Delivery, final, final)


A las 6 y 30 de la mañana, doña Esther, la vecina de enfrente, da unas palmadas de llamado próxima a mi portón de entrada.
Pide hablar con “la señora”. Le digo que no está.
Doña Esther camina unos pasos por la vereda y se introduce en la parte trasera de mi casa aprovechando un hueco del tejido de alambre. Se desplaza balanceándose y a los tropezones, por su edad, su obesidad y los escombros, maderas y ladrillos que cubren el pasto. Además está perdida. Parece no saber lo que hace. Viste un camisón rojo que deja ver las pantorrillas moradas y deformes de várices.
Doña Esther toma los lentes oscuros de Javier, el albañil, y se los coloca. Hace ademán de colocarse el casco de moto.
Me acerco rápido a ella y le pido cuidado con los lentes. Que son ajenos. Por primera vez la veo bien de cerca. Hasta ahora, a distancia, sólo había reparado en sus ropas harapientas, y el pelo canoso, lacio, cortado en duras rectas. Por un segundo, ella parece enfocar sus ojos en una dirección cierta, hacia mí. Sonríe. Tiene ojos de un azul profundo insertos en una tez aindiada. Tal vez fue una bella mujer.
Ahora refleja las consecuencias de años de alcoholismo, carencias y peleas con el marido.
Ella suele salir con un changuito de supermercado a “cartonear” por el barrio. Su casa a veces tiene aspecto de  quema o desarmadero.
Don Chicho, el marido, enfermo crónico de cirrosis, alterna las internaciones en el hospital con grandes trancas de vino o fernet. A él se le da por encerrar a Esther y tal vez pegarle. A ella se le da por gritarle cosas irrepetibles que se escuchan en toda la cuadra. Por eso conozco bien la voz arenosa, gastada y con cierto acento norteño de Esther.
A veces, las peleas culminan con un patrullero en la puerta.
En otras ocasiones, las borracheras de ambos desembocan como ahora, con Esther deambulando,  perdida y Don Chicho encerrado en la casa, o viceversa.
Le imploro que se retire. No es un lugar adecuado para que ella esté en el medio. “Los muchachos” van a empezar a trabajar en la construcción.
“Los muchachos” la conocen  desde hace años. Ellos nacieron y se criaron a media cuadra de mi casa. Siempre vivieron en el barrio.  Y fueron ellos, durante el pescado asado,  quienes me confiaron que entre sus recuerdos de infancia, Don Chicho y Esther habían dejado formidables huellas.
Me entero que ambos nunca tuvieron problemas de hacer sus necesidades en cualquier lugar del barrio donde aflorase la impronta intestinal. A cualquier hora y por donde anduviese, para alivianarse de líquidos, Esther simplemente se acuclillaba, oculta sus partes por tanta pollera acampanada.
Y en veranos anteriores, la pareja solía armar una pequeña pileta de lona plástica en plena vereda pública, a la sombra de un álamo.
Chapoteando en el agua y bebiendo durante horas, Don Chicho y Esther terminaban descontrolándose al punto de desembocar en escenas de sexo explícito ahí mismo, a la vista de todos, en la piletita y contra el álamo.
Otros tiempos.

                                                                                                Víctor Gómez

viernes, enero 11, 2013

"Continúa el pescado asado"



“Continúa el pescado asado” – (Gómez Delivery, final, final)


Mientras los albañiles terminan la última maquinada de mezcla de la jornada, yo termino de asar el pescado. Tres sábalos al limón y a la crema cortados en 6 mitades.
Para comer el pescado habilito mi pequeña mesa de trabajo, tapándola con papel madera. Sirvo un primer medio sábalo apoyándolo directamente sobre el papel.  Justo en esa parte no hay mesa por debajo y el pescado cae al piso. Alguien dice que no importa, que el pescado está con las escamas apoyando en el suelo, así que lo recoge tranquilamente y lo engulle sin más. Cada uno da cuenta de su medio sábalo con entusiasmo. Yo me doy cuenta que todos son hermanos e hijos de Víctor, o “Chuck Norris”.
Un medio sábalo restante lo reservamos para una familiar embarazada  de 18 años que dicen,  le encanta el pescado. Uno se refiere al embarazo de esta chica tan joven, su propia hermana, en los siguientes términos:
-“Y…, la veníamos cuidando entre todos. Pero,…viste como es. Como cuando cuidás una perra de raza. Estás vigilando que nadie la toque y un perro  cualquiera, que está  justo por ahí cerca, medio agazapado, va y te la agarra.”
Me había resultado de mucho agrado que mientras trabajan, ellos siempre sintonizan emisoras de puro rock nacional. No escuchan cumbia, como cualquier chico del barrio. Les comento el hecho. “Tiqui”, uno de los hermanos, me contesta que a todos les llama la atención que un albañil no escuche cumbia. Me siento  un prejuicioso pelotudo.
 Javier  incluso es  “ricotero” de la primera hora. –“Donde cante “el Indio” yo viajo. La Plata, Junín, Merlo…Si no tengo plata, mi mujer me paga el pasaje, las entradas. Ella sabe lo que me gusta”.
La charla se ameniza a medida que entramos todos en confianza y nos bebemos las varias cervezas que yo había enfriado celosamente en el congelador.
Elbio, el mayor de los hermanos, cuenta que quedó atorado en un tapial, entre la reja del patio y la de la ventana de su casa, por escaparse de noche sin las llaves. La mujer lo dejó un buen rato en esa posición incómoda hasta abrirle la ventana.
Me entero que unos saqueadores vengativos finalmente robaron en la casa de Javier. Teniendo algunos datos de los delincuentes, fue con un amigo policía miembro de las TOE (Tropas de Operaciones Especiales) a patear las puertas de unos ranchos. Encontraron un montón de cosas robadas que el amigo de las TOE cargó en el baúl de su propio auto. –“A ese también le falta un tornillo”- dice Javier.
Él me confirma lo que ya es sabido por todos: la policía se benefició con los saqueos participando de una red mafiosa. Previo al suceso, exigió 5000 pesos a cada pequeño autoservicio a cambio de protección especial.  Es fácil determinar quienes no aceptaron el acuerdo.
Ya estoy bastante asustado cuando comienzan a hacer un recuento de bunkers de droga, aguantaderos, depósitos de motos y otros objetos robados, etc. que pululan por mi barrio. Ganan en cantidad a  kioscos y pequeñas granjas.
Se retiran sin olvidar el medio sábalo a la crema para la hermanita.
Yo, con tanta cerveza ya no sirvo para nada. Tirado en la cama, apenas me da para ver televisión. Sin volumen. Sucede que el aparato fue descartado por  mi suegra y mis cuñadas porque pierde el sonido y no hace caso del control remoto. Con mi pareja, descubrimos que para que se suba el volumen, basta zapatear sobre el piso de madera. Con cada pisotón fuerte el volumen sube un poco. Maravillas de la era digital. Luego, claro, va bajando solo. Y vuelta a zapatear.

"¡Techo nuevo, a cargar la parrilla!"



“¡Techo nuevo, a cargar la parrilla!”  I– (Gómez Delivery . final, final)

El trabajo de albañil es durísimo. Prácticamente, toda tarea que realiza es ardua,  a la intemperie, y además, incómoda, en mala posición.
Ahora que estoy haciendo la ampliación de mi obra lo siento a cada instante. Y eso que me toca apenas soldar o implementar aberturas y rejas de hierro. Pero siempre hay que cargar, subir o trasladar cosas pesadas.
Conseguí un par de rieles usados para el dintel del nuevo garaje. Cada riel mide unos 5 m. y se necesitan 3 hombres para cargarlo. Me las tuve que arreglar solo con el fletero. La solución le gustó tanto a Javier, el “oficial albañil” y al resto, que tuve que ir por rieles dos veces más.
Desde las 6 de la mañana hasta las 4 de la tarde estamos en movimiento. Justito cuando se van todos y me desparramo en la cama para una buena siesta, suele llegar el camión de los materiales con viguetas, ladrillos, hierros del 8’, mallas, bolsas de cemento y cal…lo odio tanto.
Estos compañeros constructores son unos capos de los volúmenes virtuales. Sin reglas ni escuadras, solo con hilos, prevén paredes y techos en el espacio vacío.
No puedo dejar de admirarlos en el manejo de la cuchara. Mueven el brazo con un gesto elástico, grácil, de bailarina clásica.
Quise imitarlos. La tenía fácil. Se trataba de rellenar un hueco del contra piso. En el primer cucharazo de mezcla que di, el zarandeo de mi mano me salió muy similar, creo. Pero la mezcla de cemento, arena  y agua, en lugar de adherirse, rebotó y volvió en forma de salpicadura directamente hacia mi ojo izquierdo. El ardor me duró dos días.
A medida que avanza la construcción, todo se va llenando de salpicaduras de cal y cemento: ropa, calzados, muebles, mis obras de arte.
El primer día observé que el más joven de los albañiles, sentado en la cornisa del antiguo garaje, apoyaba alegremente los pies en una obra mía. Le señalé que eso que estaba zapateando rítmicamente era el dorso de una obra de arte. Los otros albañiles lo regañaron enseguida. Transcurrido el mes,  todos suben, caminan,  trepan sobre la obra. Solo tienen en claro que representa  la forma más fácil de acceder al techo y olvidaron su origen. Creo que yo también.
El sábado dimos por terminado uno de los techos. El del nuevo garaje.
Como es de rigor, preparé un asado. Tres sábalos al limón, regados con salsa de cebolla, roquefort y Casancrem.
Por alguna razón del inconsciente, si es sábado y estoy haciendo algo a la parrilla, me gusta escucha r radios chamameceras.  La música me resulta entrañable, y son muy divertidas. Se pueden escuchar cosas como éstas:
-“En el manejo de la consola, lo tenemos al Chapa. ¿Qué tal hé? ¡Qué  consoladorrrr!”
-“Verdulería Lusssmila. Cebolia, frutas, repolitos de brisuelas…”
-“Excursión a Mercedes.  Al Gauchito Gil. Incluye visita a San La Muerte. Salimos con aire acondicionado. Hablar con el Sr. Carlos, al te…”
-“María Mercedes. Vidente natural. Aleja tu rival. Destruye tu enemigo. Apertura de caminossss.”  (¿“Apertura de caminos”? ¿Trabajará en Vialidad?)
-“Poliería Mary Carmen. Poliería…y algo más…”
-“Manda saludosss el Toto. Gracias Toto. El Toto figura en nuestra carpeta publicitaria como Andamiosss Valiejosss. ¿Qué pasó Toto en la peña del Gauchito? Me dicen que el tinto te descontroló.  Parece que la “mama” te tuvo a los tumbos. Ojo Toto. Dicen que la “mama” es más jodida que la “abuela” (risas).
Pero hay  un chamamé muy triste que suelen poner, seguramente porque representa una preocupación común. Habla de un hijo que se volvió ladrón, y está en la cárcel. El padre se martiriza pensando cómo podría haberlo evitado. Tiene alguna  relación con esa canción “Meu gurí”, de Chico Buarque.
Durante la comida, por los dichos de Víctor, mi tocayo, jefe y papá de los albañiles,  en mi barrio, el cómo hacer que los hijos amen el trabajo y se mantengan al margen de  la delincuencia y las drogas, es un deseo general y sin respuesta.
Sin embargo,  Víctor, o “Chuck Norris” como le dicen cariñosamente los hijos, tal vez encontró alguna clave. Logró que toda su familia se conserve muy unida. “Chuck” tiene diez hijos mayores, mujeres y hombres y la mayoría le dió nietos.  Entre ellos se mantienen muy cercanos, trabajando juntos, cuidando los niños, construyendo sus propias casas, ayudándose. Todos se contienen entre sí.

Tiempos de mierda. ¿Qué culpa tienen los chinos?



Tiempos de mierda. ¿Qué culpa tienen los chinos? (Gómez Delivery, final, final)


El viernes por la tarde estoy en la linda placita Bélgica, próxima al Parque Urquiza, trabajando en el montaje de la muestra de fin de año del taller de arte. No me decido aún en qué orden montar los balconcitos de cerámica y madera de los chicos sobre el fondo pintado de fibrofácil.
En un barrio de la zona oeste de la ciudad, Javier, apoyado expectante contra la reja del  patio delantero de su casa, grita a cada instante: -“¡Pasá, dale, y te vuelo las patas a tiros!”-. La escopeta 16 de caño recortado apuntando y el gatillo levemente apretado, subrayan su decisión. Los nervios y el miedo no le pueden superar, sabiendo que sus dos hijos, de 1 y 3 años, están refugiados en el dormitorio, por orden de él mismo. Justamente el mas grande fue el que lo alertó, cuando entró llorando y a los gritos, abandonando su triciclo en la vereda.  Aquella horda de unas 300 personas que irrumpió en la calle a puro fierro para tomársela con el supermercado chino de en frente persiste en actitudes salvajes y alocadas, vaciando el negocio, como si la policía y los balazos de goma no existieran.
La mayoría son pibes, 15, 20 años. Pero Javier descubre a su propio vecino, hombre de 60 años, -“con casa, auto y todo…Ahí estaba el desgraciado, tapándose con un pañuelo corte chorro”- me comentará al día siguiente –“choreándole a los propios chinos que ve todos los días”.   
Javier continúa alerta contra la reja de su patio. Está tenso, dolido, cansado. Viene de soportar dos días de espanto, intentando mitigar los daños provocados por la inundación de aquella lluvia tremenda que las 3 de la mañana lo despertó con 30 cm. de agua bajo la cama. Por fuerza de la desesperación logró levantar a sus hijos y salvar la heladera y algunas cosas de valor. Los colchones y otros muebles fueron a la basura.
Luego de aquél diluvio de locura ahora tiene que soportar la locura de la gente.
Javier, contra el enrejado, es testigo obligado de lo que pasa en la calle.
Un balazo de goma le da en la pierna a un nene de 8 años. Muchos padres tienen a sus críos colaborando en el saqueo. La pierna sangra. Su madre grita desencajada contra la policía. Una uniformada le responde con dos balazos de goma de lleno al cuerpo y la agarra de los pelos para meterla en el móvil policial. Al mismo tiempo le escupe: -“¡A quien vas a denunciar hija de puta, si vos estabas choreando! ¡¿Sos tarada?!¡¿Cómo traés a tu hijo a este kilombo?!
Un joven, hijo de otra vecina, viene cruzando la calle con un changuito cargado de mercaderías. La madre lo espera en la puerta. Cuando llega su hijo ella lo apalea en la espalda con una gruesa y pesada tabla. El muchacho apenas se cubre con los brazos. Queda tendido en el piso, llorando, avergonzado. La madre toma el changuito y lo devuelve al supermercado chino.
-“¡Eso haría yo con mis hijos!”- me dirá Javier-“Hay que enseñarles. No llevarlos a robar. Yo no toqué nada. Y me quedo con saber eso. Para mí, para mi conciencia”.
Entre el tumulto asoma la dueña del supermercado chino. Medio rostro aduce desesperación, invocando a la nada. El otro  medio rostro  está cubierto en sangre por un corte en la cabeza,  producto de un botellazo.
No hace mucho, tal vez un mes, Javier ya la había visto completamente desvalida, tirada en el piso, con los pechos al aire y la blusa y el corpiño  rasgados a tirones. Cuatro delincuentes encapuchados y armados habían entrado al negocio, reduciendo a los clientes -entre los que estaba él-, a los empleados y a los dueños. La avidez por encontrar dinero escondido los había llevado a desnudarla con semejante saña.
El disturbio se acrecienta. Desde la puerta de su casa, una señora no quiere perder detalle de cómo destruyen el supermercado chino. Paga cara su curiosidad morbosa. Viéndola tan expuesta, con la puerta de entrada abierta, unos pibes la empujan y le desvalijan la vivienda en segundos.-“Se jodió por vieja chismosa”- me dirá Javier.

Los focos de conflicto surgen en distintas zonas de Rosario, atentos a los movimientos de las fuerzas policiales. Por eso ahora irrumpe Gendarmería desde distintas direcciones. -“Ahí es cuando más querían meterse en mi casa Para esconderse. No. A mi casa no entra nadie. Yo estaba ahí, con mi escopeta, corte justiciero. La cara que ponían los “cabezas” cuando me veían. Parecían ratas que no sabían por donde huir”.
Mientras se produce el desbande, Javier sigue amedrentando a los aterrados intrusos que pretenden lanzarse por sobre la reja:-“¡Saltá a mi patio y te quemo las patas!”
Luego todo parece calmarse, mientras la Gendarmería se retira con varios ómnibus cargados de detenidos.
Pero Javier presiente que en alguna esquina cercana se siguen organizando para una nueva asonada, talvez en otra dirección.
-“No estoy tranquilo. Para mí que quieren volver porque saben que el supermercado chino tiene un depósito atrás, lleno de mercadería”.

“Bandas organizadas de narcos provocaron disturbios y saqueos” dirán algunos noticieros. Por los dichos de Javier, tal vez algunas gavillas de delincuentes iniciaron la movida, pero luego se prendió gente de todo tipo,  alguna de los barrios pobres, intentando alivianar sus angustias y carencias, y muchos oportunistas aprovechando la situación en provecho propio, con hambre pero de un LCD o un plasma o algo de valor que represente plata fácil. Entre ese rejunte asoma  algo en común. Algo horrible, espantoso. Emprenderla contra un distinto, un chino.
Resuenan todas las boludeces que se escuchan por ahí: “Nuestro país es un crisol de razas.” “Acá recibimos bien a todo el mundo. En otros países no te dejan ni entrar.”

Terminé el montaje de los balconcitos. Todavía resta colocar algunas los insectos de cerámica con alas y patas de metal entre algunos matorrales de la placita, pero ya la muestra de arte está encaminada para la inauguración de esta noche.
Javier dejó de vigilar su hogar a punta de escopeta y junto a otra gente solidaria está colaborando en la reconstrucción del supermercado chino.
Al día siguiente vendrá a mi casa a trabajar de “oficial albañil” y me contará estos hechos - “Duró poco…media hora, entre que barretearon la persiana y destruyeron todo el “súper”. Pobres chinos. Al final, entre varios vecinos nos pusimos a soldar y amurallar los portones del negocio. Viste como es. ¿Qué vas a esperar? ¿A los políticos? Nos tenemos que ayudar entre todos. Sino, esto no cambia más”.